Sobre Poemas para no ir a trabajar: elegía al empleo

marcela basch
7 min readMay 1, 2019

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Ya es Primero de Mayo y me parece que es, finalmente, una ocasión propicia -indeclinable- para escribir algo sobre Poemas para no ir a trabajar, preciosura de Fernando Aíta.

Cuando fui a la presentación, el 16 de enero, salí pensando “esta noche escribo algo sobre este libro”. Hasta arranqué un párrafo. Pero tuve que trabajar; los días laborables y los no laborables también. Así pasaron más de tres meses. Y acá estamos, haciendo equilibrio entre un paro aguado y un feriadazo.

Es que este combo de días aguachentos a mitad de semana invita a releer Poemas para no ir a trabajar en clave nostálgica. Aunque parezca un canto al ocio, lo veo más bien como un canto al trabajo: el trabajo delimitado por marcos legales, horarios y espacios físicos. Más que el trabajo, el empleo. El del siglo XX, en vías de extinción.

Esto es lo que escribí en enero:

Fui a la presentación de un libro de un autor que no conocía porque el título me resultó irresistible. Una creería a simple vista que la palabra clave sería “trabajar”, o “no”, o hasta “Poemas”. Pero tras pensarlo un rato, me parece que la palabra clave es “para”: este es un libro con propósito, un libro/arma, en clave de recetario naif. O mejor, déjenmelo pensar mejor, la palabra clave es “ir”.

Retomando: Ir y no ir

Los 28 poemas del libro se configuran, de manera juguetona, como otras tantas recetas para faltar al trabajo. Un recetario de excusas, un vademécum para gambetear a la explotación capitalista por un ratito. “Donante”, “Muerte de un pariente”, “Testigo”, “Medida de fuerza”, “Descompostura”, “Temporal”, “Días de estudio”, “Huelga general”, el bello “Casamiento”. “Amigas, amigos: me caso. / Me dan veinte días de licencia: / veinte poemas de amor”. De “Licencia psiquiátrica” se pasa a “Licencia poética”: “Hola, soy yo. / Salí para allá y estoy acá de nuevo. / No sabría explicar en un poema”.

“Es el principal propósito de este panfleto que las personas trabajadoras se inspiren y no vayan a trabajar”, se lee al inicio como epígrafe, o dedicatoria, o -con perdón- call to action.

La palabra clave es “ir”, o en este caso “vayan”. En “Trabajo inconsciente”, por ejemplo, se relata un sueño de oficina, y se concluye “Hoy ya fui. / Hoy no voy”. Esa es la gran victoria del poemario: no ir. Pero: Solo se puede no ir a los lugares a los que se va.

Dicho más fácil, la condición de posibilidad de no ir a trabajar es que el trabajo sea geolocalizado, y no ubicuo. Para muches de nosotres, precarizades del cognitariado, esa escapatoria feliz ya no existe: no hay cómo no ir a trabajar, porque no hay adónde (no) ir. Una vez que aceptamos el encargo -llámese reparto a domicilio, traducción contrarreloj o hot line-, no hay excusa en el libro que nos salve: no importa dónde estemos, hay que trabajar.

Y hay algo peor. Supongamos que decidiéramos, inspirades por los poemas, encontrar la forma de no ir a trabajar incluso cuando no hay adónde ir. Apagar celular, apagar la conciencia, no sé. Incluso así, no lograríamos emular la satisfacción maravillosa de la voz protagonista del libro: tomarse el día -“el día libre” ❤-, disponer del tiempo que tenía prevendido, y así y todo recibir la paga. Es necesario todo un andamiaje de contratación en blanco y derechos laborales para lograr ese milagro del siglo XX: cobrar por el tiempo no trabajado. Nos les precarizades sabemos que podemos quedarnos en la cama todo lo que queramos, pero quien no trabaja, no come. Adiós estado de bienestar, adiós.

Ir y volver e ir

Quienes alguna vez fuimos freelancers sabemos del martirio de no tener que ir a ningún lado. Que el día sea todo igual, que el año sea todo igual, una masa amorfa de tiempo para convertir en productivo o no, enteramente dependiente a cada paso de la voluntad y la energía personal. La libertad es una cárcel y otras paradojas berretas.

Haciendo abstracción de la parte de viajar en condiciones infrahumanas, lo más hermoso de ir a trabajar es ir, y volver: esos ratos que enmarcan el tiempo productivo y que por lo tanto pueden darse el lujo de ser ociosos. Leer, escuchar la radio, o simplemente mirar por la ventana del bondi: la cabeza está autorizada a descansar en el viaje. Por no mencionar que es ahí, en la calle, donde lo inesperado puede suceder.

En estos días todo se empasta hasta el límite en que ya no sabemos qué es trabajar (¿escribir un post es trabajar? ¿y cliquearlo?). Frente a la materia líquida pero viscosa del capitalismo de vigilancia, donde nunca estamos fuera de servicio, ir es una de las pocas acciones reales que todavía ejecutamos (o no). Es cierto que cada vez vamos a menos lugares. En ese sentido, los empleos con espacio y horario fijo -así como la escuela- son tranquilizadores: hay una cita pautada, algo será distinto de algo, hay un límite que podemos buscar alegremente transgredir.

Los poemas-excusa de Aíta dibujan un relato que se va agudizando: “Mes de preaviso”, “Retiro voluntario”. El último poema del libro se llama “Telegrama”: “En el día de la fecha renuncio a mi puesto / en esta mierda de empresa y modo de vida. / Stop.”

La pregunta que queda flotando, después de abrazar imaginariamente a la voz del poema y brindar con ella, es ¿y ahora? ¿vas a disfrutar tu tiempo libre? ¿existe el tiempo libre sin tiempo ocupado?

La distopía de ir al no trabajo

Y volviendo a hoy, que no sé si a esta hora es ayer martes o mañana miércoles: ¿puede hacer paro quien no tiene empleo? ¿puede disfrutar del Día del Trabajador?

Vuelvo al epígrafe: “que las personas trabajadoras se inspiren y no vayan a trabajar”. Qué trampa. ¿Qué somos las personas trabajadoras si no vamos a trabajar? Si no vamos un día, héroes que burlamos los mecanismos de explotación. Pero si realmente nos inspiramos y mandamos el telegrama -o si nos mandan el telegrama contra nuestra voluntad-, ¿cuál es la identidad alternativa disponible? En Argentina existe un Movimiento de los Trabajadores Desocupados. Una maravilla retórica y a la vez una foto que chirria.

El libro de Aíta es un llamado poderoso contra un enemigo imaginario. O, más bien, una nostalgia del enemigo amigable, medible, leal, para el que tenemos recetas. Es como ponerle cara al monstruo, una estrategia muy útil para perderle el miedo. En tiempos de decisiones algorítmicas, mientras órdenes anónimas de fondos de inversión vacían las empresas y lxs trabajadores las ocupan para mantener sus puestos, un recetario con excusas para faltar al trabajo es un lujo hermoso, un regalo de la literatura.

“No queremos volver al fordismo. No puede haber vuelta al fordismo. La ‘edad de oro’ capitalista se fundó en el paradigma de producción del ambiente disciplinado de la fábrica, donde los trabajadores (varones) recibían seguridad y condiciones de vida básicas a cambio de una vida de aburrimiento embrutecedor y de represión social. (…) A pesar de la nostalgia que muchos pueden sentir, el regreso a este régimen es tanto indeseable como socialmente imposible”, dicen los autores del Manifiesto por una Política Aceleracionista (2013). Es una trampa: no queremos esa vida de aburrimiento y jerarquías -ni en las fábricas ni en las oficinas-, pero, sin esa estructura vil de subvención del ocio, ¿qué?

Aíta da una pista en los últimos versos del anteúltimo poema, “Retiro voluntario”: “Yo tengo mil cosas mejores que hacer, / prioridades: descansar, soñar, / regar, buscar víveres, hacer arreglos, / visitar amigos, lugares, escribir, / leer, corregir, ir a reuniones, / imprimir los volantes para la marcha / por el ingreso básico universal…”.

Mientras tanto, en otras trincheras discursivas se pergeñan mensajes opuestos al del “día libre”. “Estamos felices por ser los encargados de cambiar la manera en que la gente se siente sobre el trabajo, generando espacios de trabajo y experiencias más positivas. WeWork impulsa a la gente, a cualquier nivel y en cualquier empresa, a que encuentren un lugar en el que disfruten lo que hacen todos los días, en un ambiente inspirador y que nos llene de energía”, expresó Pato Fuks, CEO de WeWork LATAM”, dice una gacetilla de hoy /ayer martes 30. El núcleo del discurso de esta mega compañía de coworking es el lema “Hacé lo que amás”. Y va dirigido indistintamente tanto a quienes eligen el espacio para su trabajo autónomo como a quienes van allí por decisión de un jefe de una empresa. Así, con ese lema naif, mesas de ping pong y salas perro friendly, WeWork desdibuja alegremente la diferencia entre empleados y autónomos, entre emprendedores y explotados. Colabora así discursivamente con el capitalismo de plataforma, que trabaja fuerte para reemplazar la categoría de empleado por la de “microemprendedor”. Disforia de clase. Ni que hablar que el repartidor de Rappi no tiene licencia paga ni el día que se muere aplastado bajo un camión. Pero no nos pongamos tristes con poemas tan hermosos.

Ir y volver e ir y volver e ir

Cuando un título irresistible me arrastró hasta el subsuelo de La Libre una noche de enero, me sentí feliz de haber ido. Había poesía y vino en damajuana y un montón de gente que estaba ahí por un propósito no productivo, cosa que siempre me hace feliz, como si le sacara la lengua al capitalismo.

Lugares a los que es importante ir:

-Las citas

-Las marchas

-Las librerías.

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